martes, 23 de octubre de 2012

Soy pobre y compro ecológico


A menudo y particularmente desde que empezó a la crisis oigo furibundas diatribas contra la comida y/o productos ecológicos provenientes de personas que afirman no poder llegar a fin de mes y por lo tanto no poder preocuparse por si compran o no alimentos de buena calidad. Por lo visto lo único que importa es llenar el buche. El colmo de los colmos ha tenido lugar con la presentación de un informe, en mi opinión, bastante dudoso de la Universidad de Stanford que asegura que los alimentos ecológicos no presentan ninguna ventaja para salud a pesar de ser bastante más caros (sic).
Mis razones para dudar del estudio no son que lo haya realizado la Universidad de Standford, sino que en el mismo estudio se diga que lo que si tienen los alimentos ecológicos son cantidades sensiblemente inferiores de contaminantes químicos (¡o ninguna cantidad!) y hormonas/antibiótico en la carne (2º sic). Vaya, supongo que los sesudos eruditos de Standford no consideran esa una ventaja sanitaria sobre los demás productos agrícolas. Intentaré creerme que no hay oscuros intereses detrás de semejante afirmación.
Como siempre que aparece una de estas noticias, la red se hace eco y ahora mismo hay un interesante debate entre personas partidarias o en contra de los productos ecológicos. El debate ha llegado hasta el punto de que El Comidista le ha dedicado una entrada (La comida ecológica, ese supuesto lujo para pijos). Un blog, por cierto, que tiene todo mi respeto por su defensa de la comida sana, de temporada, de proximidad y, sí, ecológica.
Lo que no me gusta es que el autor comenta que el precio puede ser un factor decisivo para no poder comer ecológico y tras leer la cantidad de mensajes que generó la entrada a ese respecto, me decidí a escribir yo también sobre el asunto. ¿Que por qué? Por que yo soy pobre y consumo ecológico. Y si no consumo más ecológico es por razones de logística, más que por razones de economía.
Yo también solía quejarme de lo cara que era la comida ecológica, hasta que pasó algo en mi vida. Tuve un hijo, y decidí que ya estaba cansada de hablar y quería hacer algo. Quería que mi hijo tuviera acceso a una alimentación mejor, más sana, con menos fertilizantes y hormonas. Más tradicional y próxima, más de cuchara y de sobras, también. Y desde entonces empecé un viaje en el que he aprendido muchísimo. He aprendido a hacer compota y mermelada con la fruta de temporada, he aprendido a hacer pan y magdalenas, he aprendido a cocinar con lo que hay y a reinventar lo que sobra para que siga siendo comestible mañana.
El primer paso es cambiar de mentalidad: te apuntas a una cooperativa ecológica y tu vida da un giro de 180º. Ya no puedes comer, ni cocinar, lo que te apetezca. Puedes comer y cocinar lo que hay, y tienes que adaptarte al calendario. Mi vida ahora es diferente, tengo que planificar comidas y compras con mucha antelación, y necesito más espacio y tiempo, espacio para almacenar más cantidad (si compras a granel es más barato, si compras más cantidad es más barato, si compras de temporada es más barato), y tiempo para cocinarlo, porque una vez que llega la temporada de un alimento, compro varios kilos y lo cocino y lo guardo en diferentes preparaciones.
¿Y de donde saco más tiempo? Bueno, al nacer mi hijo también tomé otra decisión capital en mi vida: decidí trabajar menos. Soy autónoma, trabajo entre cuatro y seis horas al día, sólo de lunes a viernes y sólo mientras el niño está en el colegio (antes trabajaba todos los días y a todas horas). He tenido que reorganizar mi trabajo, reducir el número de clientes que tengo, y también educarlos en que ya no hay encargos de viernes a última hora que vayan a estar listos el lunes por la mañana. Y reduciendo el número de clientes y el número de horas, sí, mi salario se ha visto reducido. Y no, no gano mucho, algunos meses, algunas administraciones “se olvidan” de pagarme, otros meses otras administraciones deciden que aún estoy pagando pocos impuestos… No estoy en el paro, pero mi familia es de las que hacen malabares para llegar a fin de mes. Y eso no me impide comprar ecológico.
Gasto aproximadamente un tercio más que el resto de la gente en comida. Lo hago por la salud de mi hijo, y también por la salud de mi entorno, por la soberanía alimentaria de mi región y por tantas otras razones. Y si no compro más ecológico y aún hay un porcentaje variable, que puede alcanzar el 30% dependiendo del mes, de comida no ecológica en mi despensa, es por la logística. La cooperativa que me sirve la leche viene una vez cada tres semanas. No puedo comprar leche y yogures para tres semanas (mi hijo toma un litro aproximado al día, eso son 21 botellas de leche mínimo por pedido… no sabría ni dónde meterlo) porque se pone malo. Lo sustituyo con producto de proximidad de buena calidad, como la leche de la cooperativa ATO o el arroz Montsià.
Comprar y consumir productos ecológicos no depende del dinero que haya en casa, depende de en qué lo quieras gastar. En esta casa se come mucho arroz con verduras y poca carne. Ademas, el ocio de esta familia pasa muchas veces por excursiones al bosque o a los parques naturales cercanos, con la tienda de campaña y el tupper (con comida ecológica) a cuestas. Cortamos en dinero para viajes, teléfono móvil, electricidad, salidas al cine… y sin embargo, siento que mi vida ha ganado mucho en calidad. Nos ponemos enfermos menos y cuando nos ponemos enfermos, nos dura menos que antes. A largo plazo, también sé que estoy dejando mi dinero en puestos de trabajo decentes en mi región. No me parece tan caro.

No hay comentarios: